Cuando decidí emprender, lo hice dejando atrás mi puesto como directora de ventas, un rol que me había brindado estabilidad y experiencia, pero que ya no resonaba con mis ambiciones.
Tenía grandes sueños y una meta clara: igualar, e incluso superar, las seis cifras que ganaba en el mundo corporativo. Sabía que este desafío no sería sencillo, pero estaba preparada para darlo todo.
Comprendía que alcanzar ese nivel de éxito requeriría energía inagotable, una estrategia bien definida y una concentración absoluta en cada paso del camino.
Mi determinación estaba puesta en construir algo propio, algo que reflejara mi visión y propósito.